“Stuka”, tercera y última novela de Carlos Fidalgo
A Carlos Fidalgo le gustan las historias circulares, los relatos que hablan del paso del tiempo y los textos sutiles y ambiguos, con finales abiertos. Acaba de publicar su última novela “Stuka” (Algaida Editores), galardonada con el Premio Letras del Mediterráneo de Novela Histórica.
¿Quién es y a qué se dedica Carlos Fidalgo?
Soy escritor y periodista. Me dedicó a contar historias. Ficciones que en muchas ocasiones parten de un suceso real. Y realidades narradas en mi periódico como si fuera historias de ficción.
Nací en Bembibre, una localidad de la cuenca minera del Bierzo Alto, en León, y en mis novelas y relatos, desde “El agujero de Helmand“, ambientada en la guerra de Afganistán, hasta “Stuka“, una narración sobre la violencia que sufren las mujeres en los conflictos bélicos a partir de la historia del famoso bombardero de la Luftwaffe, suele aparecer un toque fantástico que cambia la percepción del relato. Algo tiene que ver, seguro, el aliento del río Sil cuando en invierno cubre de niebla los tejados de Ponferrada, la ciudad donde resido.
¿Cuál ha sido tu trayectoria profesional?
Como periodista he desarrollado mi trabajo durante 25 años en Diario de León. Empecé muy jovencito, en el último año de carrera. Me licencié en la Universidad Complutense de Madrid, una ciudad que también siento que es mi casa.
En mi trabajo como periodista me interesan las personas anónimas y los escenarios que están apartados, en apariencia, del torbellino informativo, pero que esconden historias interesantes de contar a poco que uno empiece a preguntar.
La serie “Las cuencas vacías” acaba de recibir el Premio Cossío de Periodismo que concede la Junta de Castilla y León. Se trata de cuatro reportajes que hablan de la Ciudad del Dólar (así llamaban a Ponferrada en los años del carbón), de un intento de atentado contra Franco que no llegó a ejecutarse durante la inauguración de la central térmica de la ciudad, de un pueblo de montaña -Santibáñez de Montes- devorado por la mina que le dio de comer, y de una aldea aislada –Matavenero- que rompe la leyenda de la España vacía y se ha repoblado con una comunidad ecológica en los últimos treinta años.
Ahora estoy con otra serie que sigue la misma línea y en la que hablo de los poblados del carbón y del hierro. Y estoy descubriendo imágenes que son una metáfora de cómo la naturaleza sobrevive al desastre; un cerezo que crece en el fondo de un enorme socavón causado por el hundimiento de una mina de hierro en Onamio, cerca de Ponferrada, y florece alimentado por la luz del sol.
“Stuka” es tu tercera novela…
“Stuka” es una historia sobre la violencia. En especial sobre la que sufren las mujeres en tiempo de guerra, doblemente víctimas. Toma como hilo las andanzas de un piloto nazi y las peripecias del famoso bombardero que da título a la novela; un avión con alas de gaviota invertida y el tren de aterrizaje carenado que arrojaba bombas de quinientos quilos después de lanzarse en picado y que sembró el terror, sobre todo, durante la invasión de Polonia. Ese avión se fogueó en la Legión Cóndor que combatió en la Guerra Civil Española y bombardeó en la primavera de 1938 los pueblos del Alto Maestrazgo de Castellón durante el avance de las tropas de Franco para llegar al Mediterráneo y partir en dos el territorio de la República.
En “Stuka” hay, sobre todo, tres escenarios; el Berlín del esplendor de los Juegos Olímpicos de 1936 y la agonía de los últimos cabarets, cercados por la nueva moral y el espíritu nazi; el pueblo de Benassal, al norte de Castellón, bombardeado por la Legión Cóndor; y de nuevo el Berlín del hundimiento del Tercer Reich, cercado en la primavera de 1945 por el Ejército Rojo, un lugar en descomposición.
Más allá de la historia del aviador que no se acepta a sí mismo (la novela también habla sobre la identidad sexual), en “Stuka” son importantes una serie de mujeres que reaccionan de forma distinta ante la guerra. En primer lugar, la corresponsal británica en Polonia Clare Holligworth, personaje real que adelantó en exclusiva la noticia de que Alemania se preparaba para invadir Polonia. La adolescente Aurora Lozano, evacuada de Madrid durante los primeros meses de la Guerra Civil y trasladada, junto a otros refugiados, a Levante. A Aurora la acechan los bombardeos y la violencia sexual. Otro personaje importante es Olena Holub, deportada ucraniana en una fábrica de aviones en el Berlín de la agonía del nazismo, que espera la liberación por parte del Ejército Rojo y no sabe que también le acecha la misma amenaza que pende sobre las mujeres alemanas.
También a otro personaje real que escarba en la metáfora de la identidad sexual; Teresa Pla Meseguer, un hombre que nació en el cuerpo de una mujer, a quién en el Alto Maestrazgo apodaban La Pastora y que durante la posguerra, vestido ya de varón, combatió como guerrillero antifranquista.
Y finalmente está el avión. El Junker 87, esa era el nombre de fábrica del Stuka, un avión de aspecto siniestro que parece que tenga vida propia… Y no sigo porque desvelo el final.
¿Cuántos libros has escrito hasta el momento?
He publicado tres novelas y dos libros de cuentos. Después de los cuentos ambientados en el Bierzo de El país de las nieblas, mi primera novela, como te decía, se titula El agujero de Helmand, y es una historia circular que habla de cómo estamos atrapados en el bucle de la guerra. El escenario de la guerra de Afganistán y la historia de unos marines que hacen guardias nocturnas en un promontorio y comienzan a escuchar voces que hablan en ruso parte de un suceso real. Pisaban un antiguo cementerio de los años de la invasión soviética. Recibió el Premio Tristana de Novela Fantástica en 2010.
He publicado después La Sombra Blanca, una novela de fantasmas ambientada en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, y el libro de relatos Septiembre Negro, que en 2016 recibió el Premio Tiflos de Cuento de la Fundación Once y está publicado en la editorial Castalia, del grupo Edhasa. Son relatos sobre las zonas oscuras de los Juegos Olímpicos y algunos de sus personajes reales aparecen de nuevo en Stuka. Con mi última novela, editada en Algaida, del grupo Anaya, he recibido el Premio Letras del Mediterráneo de Novela Histórica, algo que le está viniendo muy bien para acercar la historia a los lectores.
¿Cuál ha sido el premio del que más te sientes orgulloso?
Todos me han ayudado a publicar con garantías, que de eso se trata, pero el premio que lo cambió todo fue el primero; el Tristana que concede el Ayuntamiento de Santander. Me abrió las puertas a publicar en una editorial con pedigrí literario (Menoscuarto) y a comenzar una trayectoria como escritor. Y el premio que más reconforta es que acabo de obtener por mi trabajo en Diario de León. Ha venido cuando cumplo 25 años en la redacción y por una serie de reportajes que buscan enfoques nuevos para contar la realidad.
¿Cómo comenzó tu carrera como periodista en el Diario de León?
Empecé como becario, escribiendo una crónica sobre una tradición festiva de mi pueblo, la Salida del Santo en Bembibre, que se celebra cada siete años. Me acuerdo mucho de la ilusión que me hizo. Con 22 años me ofrecieron un contrato como redactor y aunque me gustaba mucho Madrid, era una oportunidad que no podía dejar de lado. Al final he conseguido publicar los reportajes que ya entonces me hubiera gustado escribir. En el Diario de León también firmo desde hace unos años una columna de opinión, Cuarto Creciente, que sale los jueves y donde inyecto literatura al periodismo todas las semanas.
Además, organizas cursos, ¿de qué tipo son y a quién va dirigidos?
En 2019 comencé a dirigir cursos de verano sobre Periodismo Narrativo como respuesta al fenómeno de las noticias falsas, la banalización de la información y la tiranía de los algoritmos. Son cursos en los que doy a conocer la forma en la que elabore mis reportajes y donde procuro rodearme de gente que admiro, escritor escritores y periodistas con talento. Por la UNED y pronto también por la Universidad de Cantabria y la del País Vasco, se han pasado y se pasarán gente como Ramón Lobo, Olga Rodríguez, Sergio del Molino, Macarena Berlín, Espido Freire, Fernando Marías, Nieves Concostrina, Lucía Méndez, los chicos de Maldita.es y algún amigo de la facultad del que siempre aprendo mucho como es Antonio García Encinas, periodista de El Norte de Castilla en Valladolid.
En los cursos hablamos de cómo contar la realidad con las armas de la literatura, la mejor definición de Periodismo Narrativo, también llamado en su día Nuevo Periodismo, y que tiene ejemplos de tanto nivel como Gay Talese, Joseph Mitchell, Svetlana Aleksiévich o el propio Gabriel García Márquez. Y como contrapunto analizamos también las amenazas de la era digital (no todo es bueno) y defendemos que el periodismo que nos gusta no es el que primero cuenta lo que pasa, sino el que mejor lo cuenta.
También has debutado en el teatro, ¿qué te queda por hacer?
Jajaja. Fue un reto debutar con un monólogo que adapté de uno de mis cuentos fantásticos, La luz que no se apaga nunca, en el Festival Celsius de Literatura Fantástica que cada verano se celebra en Avilés. Había hecho teatro aficionado en el instituto y me dije que si era capaz de escribir esa historia de suspense también tenía que ser capaz de encarnarla en un escenario, con un teléfono y una bombilla como única compañía. Fue una inyección de adrenalina y me encantó.
¿Qué me queda por hacer? Escribir teatro. Escribir guiones. Eso está a mi alcance. Y si me preguntas qué me queda por soñar te diría que trasladar una de mis historias al cine.
Instagram: @carlos_fidalgo
Twitter: CarlosFidalgotw